La inclinación a vincularnos con
nuestras heridas, en lugar de dejarlas atrás, hace que experimentemos
constantemente la sensación de no ser dignos. Una persona que haya
experimentado acontecimientos traumáticos en la vida, como una violación
sexual, la muerte de seres queridos, enfermedades traumáticas, accidentes,
rupturas familiares, drogadicciones y otras cosas similares, puede llegar a
vincularse con los dolorosos acontecimientos del pasado y rememorarlos para
llamar la atención o despertar lástima en los demás. Esas heridas de nuestras
vidas parecen darnos una gran cantidad de poder sobre los demás.
Cuanto más les hablamos a otros sobre
nuestras heridas y sufrimientos, tanto más creamos un entorno de compasión por
nosotros mismos. Nuestro espíritu creativo permanece tan conectado con los
recuerdos de nuestras heridas que no puede dedicarse a transformar y
manifestar. El resultado de ello es la sensación de desmerecimiento, de no ser
digno de recibir todo aquello que se desea.
La tendencia a vincularnos con las
heridas de nuestras vidas nos recuerda lo poco merecedores que somos de recibir
nada de lo que realmente nos gustaría tener, debido a que permanecemos sumidos
en un estado de sufrimiento. Cuanto más se recuerdan y se repiten estas
historias dolorosas, tanto más tiene garantizado esa persona que no atraerá la
materialización de sus deseos.
Quizá la frase más poderosa que puedas
llegar a memorizar en este sentido sea: «Tu biografía se convierte en tu
biología». A la que yo añadiría: «Tu biología se convierte en tu ausencia de
realización espiritual». Al aferrarte a los traumas anteriores de tu vida,
impactas literalmente sobre las células de tu cuerpo. Al examinar la biología
de un individuo, es fácil descubrir en ella su biografía. Los pensamientos
angustiosos, de autocompasión, temor, odio y otros similares, cobran un peaje
sobre cl cuerpo y el espíritu. Al cabo de un tiempo, el cuerpo es incapaz de
curarse, debido en buena medida a la presencia de esos pensamientos.
El apego al dolor sufrido en los
primeros años de la vida procede de una percepción mitológica según la cual
«tengo derecho a una infancia perfecta, libre de dolor. Utilizaré durante el
resto de mi vida cualquier cosa que interfiera con esta percepción. Contar mi
historia será mi poder». Lo que hace esta percepción es darle permiso al niño
herido que llevas dentro para controlarte durante el resto de tu vida. Además,
te proporciona una fuerte sensación de poder ilusorio.
Tenemos que ser muy cuidadosos para
evitar explicar nuestra vida actual en términos de una historia traumática
anterior. Los acontecimientos dolorosos de nuestras vidas son como una balsa
que se utiliza para cruzar el río. Debes recordar bajarte una vez que hayas
llegado a la otra orilla.
Observa tu cuerpo cuando has sufrido
una herida. Una herida abierta se cierra en realidad con bastante rapidez.
Imagina cómo serían las cosas si esa herida permaneciera abierta durante mucho
tiempo. Se infectaría y, en último término, acabaría por matar a todo el
organismo. El cerrar una herida y permitir que cure puede actuar del mismo modo
en los pensamientos de tu mundo interior.
Así pues, no lleves contigo tus
heridas. Afróntalas y pide a la familia y a los amigos que sean compasivos
mientras te recuperas. Luego, pídeles que te lo recuerden amablemente cuando se
convierta en una respuesta predecible. Quizá en cuatro o cinco ocasiones tus
amigos y personas queridas te dirán: «Sufriste una experiencia trágica y comprendo
perfectamente tu necesidad de hablar de ello. Me importa, te escucho y te
ofrezco mi ayuda si eso es lo que deseas». Después de varias situaciones de
este tipo, pídeles que te recuerden amablemente que no debes repetir la
historia con el propósito de obtener poder a través de la compasión de los
demás.
Al retroceder en tu camino y reavivar
continuamente tu dolor, incluyendo la descripción de ese dolor y la
calificación de ti mismo (superviviente de un incesto, alcohólico, huérfano,
abandonado), no lo haces para sentirte más fuerte. Lo haces debido a la
amargura que estás experimentando. Esa amargura se pone de manifiesto en forma
de odio y cólera al hablar de esos acontecimientos, con lo que no haces sino
alimentar literalmente el tejido celular de tu vida a partir de tu cosecha de
acontecimientos del pasado.
Eso hace que se extienda la infección e
impide la curación. Y lo mismo sucede con el espíritu. Esta cosecha de amargura
te impide sentirte merecedor. Empiezas a cultivar entonces una imagen sucia, de
criatura desafortunada, desmerecedora y difamada, y eso es lo que envías al
universo, lo que inhibirá cualquier posibilidad de atraer el amor y la
bendición a tu vida.
Aquello que te permitirá desvincularte
de tus heridas es el perdón. El perdón es lo más poderoso que puedes hacer por
tu fisiología y por tu espiritualidad, a pesar de lo cual sigue siendo una de
las cosas menos atractivas para nosotros, debido en buena medida a que nuestros
egos nos gobiernan de un modo inequívoco. Perdonar se asocia de algún modo con
decir que está bien, que aceptamos el hecho perverso. Pero eso no es perdón.
Perdón significa llenarse de amor e
irradiar ese amor hacia el exterior, negándose a transmitir el veneno o el odio
engendrado por los comportamientos que causaron las heridas. El perdón es un
acto espiritual de amor por uno mismo, y envía a todo el mundo, incluido tú
mismo, el mensaje de que eres un objeto de amor y que eso es lo que vas a
impartir.
En eso consiste el verdadero proceso de
desvinculación de las heridas, de no seguir aferrándose a ellas como preciadas
posesiones. Significa renunciar al lenguaje de la culpa y la autocompasión, y a
no seguir adelante con las heridas del pasado. Significa perdonar íntimamente,
sin esperar que nadie lo comprenda. Significa dejar atrás la actitud del ojo
por ojo, que sólo causa más dolor y la necesidad de más venganza,
sustituyéndola por una actitud de amor y perdón. Esta forma de actuar es
alabada en la literatura espiritual de todas las religiones.
Sentirse digno es esencial para poder
atraer aquello que se desea. Es, simplemente, una cuestión de sentido común. Si
no tienes la sensación de merecer algo, ¿por qué te lo va a enviar la energía
divina que está en todas las cosas? Así pues, tienes que cambiar y saber que tú
y la energía divina sois una sola cosa, y que es tu ego el que se confabula
para impedirte utilizar este poder en tu propia vida.
A continuación se indican algunas de
las grandes actitudes y comportamientos que puedes incorporar a tu conciencia
para facilitar el crecimiento de tus sentimientos de merecimiento.
UN PLAN QUE TE AYUDARÁ A VER QUE ERES
DIGNO DE RECIBIR Y ATRAER DESDE LA FUENTE DIVINA
Las siguientes sugerencias representan
un plan paso a paso para intensificar tu receptividad al poder de la
manifestación en tu vida. Si lo pones en práctica, no cabe la menor duda de que
te sentirás digno de la bendición del espíritu divino que lo abarca todo.
• La palabra «inspiración» significa
literalmente «estar infundido de espíritu», o en el espíritu, si se quiere.
§ Practica hacer aquello que te guste,
y procura que te guste lo que haces cada día. Si vas a hacer algo, concédete el
beneficio de no quejarte y, en lugar de eso, muestra cariño por esa actividad.
Tu lema aquí ha de ser: «Me gusta lo que hago, y hago lo que me gusta». Eso te
sitúa «en el espíritu» y te proporciona literalmente el entusiasmo para ser un
receptor digno de la gracia de Dios. La palabra entusiasmo procede de la raíz
griega entheos, que significa, literalmente, «estar lleno de Dios».
§ Haz todos los esfuerzos posibles por
eliminar de tu vocabulario y de tu diálogo interior los hábitos internos de
pesimismo, negatividad, juicio, quejas, murmuraciones, cinismo, resentimiento y
crítica destructiva. Sustitúyelos con optimismo, amor, aceptación, amabilidad y
paz como forma de procesar tu mundo y a las personas que hay en él.
§ Al margen de lo mucho que te sientas
tentado de retroceder hacia hábitos cínicos, recuerda que esa es la energía que
estás enviando al mundo, y que con ello transmites un mensaje que bloquea la
energía que te devolverá lo que deseas. Si estás lleno de negatividad, te
encuentras desequilibrado y tus resentimientos indican que no te sientes digno
o preparado para aceptar la energía amorosa que deseas.
§ Procura encontrar cada día un momento
de tranquilidad para erradicar los sentimientos de indignidad. Ese tiempo de
oración o meditación, o de experimentar simplemente el silencio, alimentará tu
alma y eliminará finalmente todas las dudas que puedas abrigar acerca de no
merecer el ser beneficiario de la abundancia del universo.
§ Lee literatura espiritual y poesía, y
escucha música clásica suave siempre que te sea posible. He descubierto que el
simple hecho de leer la poesía de Walt Whitman, de Rabindranath Tagore o de
Rumi, hace que todo se sitúe en una perspectiva más sagrada para mí.
§ Leer las grandes enseñanzas de los
maestros es como realizar una tarea espiritual en casa. Entre ellas se incluyen
el Nuevo Testamento, Curso de milagros, la Torah, el Corán y el Bhagavad Gita.
Estas grandes obras son una forma de estar en el espíritu (inspirado) y de
disolver las dudas sobre si mereces o no materializar en tu vida aquello que
deseas.
Procura rodearte, en la medida de lo
posible, de cosas bellas.
Practica la amabilidad para contigo
mismo y para con los demás, con toda la frecuencia que te sea posible.
Abandona tu necesidad de tener razón y
de ganar; en vez de eso, sé amable, y pronto conocerás la bendición de la paz
interior. Recuerda que tu yo superior sólo desea paz. Al practicar la
amabilidad, la paz aparece inmediatamente. Al estar en paz contigo mismo y con
tu mundo, sabes que eres un digno receptor de todo lo que se cruza en tu
camino. Empiezas a confiar entonces en la energía que aporta la realización de
tus deseos.
Si te encuentras en un estado de
confusión y, en consecuencia, te preocupa ganar o perder, te hallas a merced de
tu propio ego, al que le encanta la confusión. Toda esa confusión interna hace
que te cuestiones a ti mismo y tu valía en comparación con otros. Y eso trae
consigo la duda acerca de si eres o no digno de recibir y manifestar.
Ponte la meta de ser cada día amable
con los demás, al menos una vez, y extiende ese mismo privilegio hacia ti
mismo, tanto como te sea posible. Siempre tienes una alternativa acerca de cómo
va a reaccionar tu espíritu. La alternativa de la culpabilidad, la
preocupación, el temor o el juicio no es más que un pensamiento que se
transfiere a tu fisiología. Cuando tu yo físico se ve desequilibrado por estas
emociones, te sientes demasiado enfermo e infeliz como para pensar siquiera en
participar en el acto de la co-creación de una vida bienaventurada. Te saboteas
a ti mismo, y todo por la falta de voluntad para ser amable contigo mismo y con
los demás.
Empieza a considerar el universo como
un lugar amistoso, antes que enemistoso. Sitúa en la categoría de «lecciones»
todas las heridas de las fases anteriores de tu vida. Deja de verte
condicionado por esas heridas y de convertirlas en un brazalete identificativo.
Desvincúlate de la actitud de que este
mundo es maligno, está lleno de gente mala, y empieza, hoy mismo, a buscar el
bien en la gente con la que te encuentres. Recuerda que, por cada acto de
maldad, hay millones de actos de amabilidad. Este universo funciona con la energía
de la armonía y el equilibrio. Inspira para absorber esa energía y elimina de
tu mente y tu corazón la idea de que eres una víctima. Toda vinculación con tus
traumas crea una toxicidad celular en tu cuerpo y un envenenamiento espiritual
de tu alma.
• Repítelo una y otra vez, hasta que
quede bien grabado: «Soy lo que soy, y soy digno de la abundancia que hay en el
universo, y de todo lo que hay en él, incluido yo mismo».
Te encuentras ahora en el camino de
saber que eres merecedor de atraer y manifestar en tu mundo.
Eres consciente de tu yo superior.
Confías en ti mismo y en la sabiduría divina que te ha creado.
Sabes que no estás separado de tu
entorno, y que dentro de ti existe el poder para atraer.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario